miércoles, 22 de junio de 2011

El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare

Maldigo la suerte que me hizo nacer 15 años antes de lo debido, cada vez que me enfrento a mi total incapacidad para aprender inglés. Si me hubieran obligado a estudiarlo desde pequeña en el cole, como me pasó con el francés, probablemente ahora sería capaz de desenvolverme con él como con la lengua de nuestros vecinos, es decir, podría mantener un mínimo de conversación y leer cosas no muy complicadas. O muy complicadas, porque es seguro que  el inglés, dado el uso actual de la lengua de la pérfida Albión, lo habría practicado, no como el francés.

Pero esa es la situación actual. El inglés solo lo domino si es bajito y se deja, cosa que pasa en muy contadas ocasiones, por no decir ninguna.  Y eso me fastidia mucho. Sobre todo cuando leo alguna obra importante  para mí  y que me gustaría poder saborear directamente de la pluma de su autor,  no dependiendo de intérpretes.

Eso es lo que me pasa con el libro que vengo a comentar hoy.  Esta pequeña obra, salida de la pluma del cisne de Avon, me ha acompañado durante muchos años, más de 30, desde que la representé por primera vez en un teatro y cobré por ello. Eran otras épocas y los pequeños grupos teatrales, básicamente formados por estudiantes, podían moverse por los teatros de los pueblos y funcionar  y tener un repertorio mínimo.

Desde entonces, desde que  la conocí en profundidad, he pensado que debe perder mucho con la traducción. Al estar escrita en verso, toda la musicalidad se pierde y giros y dobles sentidos deben quedar diluidos en el sentido lógico de cada frase. Debe ser una verdadera pena, porque incluso traducida al castellano, podemos  ver el gran talento de ese escritor inglés que mezcló  en ella  romance, enredo y fantasía, con grandes dosis de humor.

Es curioso ver como Shakespeare ambienta su cuento fantástico en Atenas. Una tierra tan lejana y exótica para un inglés del siglo XVI como para nosotros hoy día la amazonia o Tailandia. Quizá más todavía. En esta ciudad tan lejana para él y sus coetáneos, el autor nos sitúa en le víspera del sosticio de verano, noche en la que el mundo de las hadas se funde con el de los mortales y los hechos más insospechados pueden ocurrir.  

Y como es lógico pensar, ocurren.

Al día siguiente, el primer día del verano, van a celebrarse las bodas del duque de Atenas, Teseo, con Hipólita, reina de las amazonas. Esa noche, Hermia, una joven a la que su padre obliga a contraer matrimonio con un hombre al que desprecia, y  Lisandro, su enamorado, huyen al bosque cercano a la ciudad. Buscándola acude su prometido Demetrio, junto a su mejor amiga Elena,  que la ha traicionado para conseguir los favores del futuro consorte despechado.

En el mismo lugar y la misma noche, una compañía de actores decide ensayar su obra. Al día siguiente, en las bodas del duque representarán el drama de Príamo y Tisbe, y para que nadie los sorprenda antes de tiempo huyen de la ciudad y se refugian entre la floresta.

Titania, reina de las hadas va a hacer sus ofrendas al solsticio junto a su corte. Esa misma noche, Oberon, rey de los duendes, con el que está enemistada por la posesión de un bellísimo paje, planea con la ayuda del travieso y rápido Puck la forma de arrebatarle el doncel a su esposa.

Las hadas juegan, ensayan los actores, duermen los amantes y una delicada flor expide sus jugos para que sea difícil distinguir sueño de realidad, amor de pasión, certeza de hechizo.

Los ingredientes están listos. De la mano maestra del genial poeta nos deleitamos con un plato lleno de un humor exquisito, de una poesía preciosa y delicada como el ala de un hada, y de una serie de situaciones enrevesadas, traviesas y festivas, que hacen de esta comedia fantástica un prototipo de diversión elegante y delicada, llena de matices y de ironías en cada uno de sus personajes.

Quería haberla subido ayer, noche del solsticio de verano, noche mágica donde las haya, pero por motivos ajenos fue imposible. Me conformo con hacerlo hoy, día de las felices bodas de Teseo e Hipólita, en el que el despertar del sueño nos sorprende bajo los rayos del sol que  alumbra del día más largo del año.

Que este nuevo año solar os venga lleno de dichas y venturas. Que las desventuras y las desdichas se vean reducidas a un sueño tan efímero como el sueño de una noche de verano.


PD: A los que os sea arduo leer a Shakespeare pero no os importa verlo en la pantalla, hay una extraordinaria película de 1999, dirigida por Michael Hoffman. También está la gran versión que la Lyndsay Kemp Company grabó. Un verdadero disfrute para los sentidos

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