sábado, 2 de julio de 2011

EL CÍRCULO DE KRISKY, de Miguel Puente

Dependiendo de cómo salga del berenjenal en el que me haya metido por su culpa, considero que la curiosidad es uno de mis mayores defectos, o la más grande de mis virtudes. Ayer me empujó a pasarme por la presentación en Valencia de un par de libros del llamado “género fosco”. Este tipo de literatura, definida, por lo que entendí, como un tipo de fantasía oscura, gusta de jugar con el terror, nuestras fobias y nuestras angustias.

No sé si es debido a los muchos cuentos de muertos resucitados, ánimas en pena, brujas, maldiciones, sucesos extraños y conductas aviesas del personal más variopinto, oídos durante mi infancia al calor y única iluminación de una chimenea vieja, o a que la lectura con ocho años de Poe y Lovercraft me curó de espantos, pero lo cierto es que en casi 40 años que llevo leyendo cuanta historia de fantasía cae en mis manos, no he encontrado ningún relato o novela que me estremezca o haya hecho que me sobresalte ante algún ruido. Debido a esa incapacidad para causar emoción en mí,  no suelo interesarme mucho por la novela llamada  “de miedo” o “de terror”. No le encuentro más aliciente que el de la calidad literaria que pueda tener, pues normalmente suelo encontrarlas previsibles y poco interesantes.

Uno de los libros de los que se habló,  El círculo de Krisky, es una  antología de relatos. Esto no es algo que me entusiasme demasiado, pues los cuentos me parecen eso, cuentos, siempre demasiado cortos. A pesar de ser otro punto en su contra decidí probar suerte cuando un amigo me señaló un valor que lo hacía muy atractivo a mis ojos: los relatos tenían bases mitológicas. Mitología: la palabra que, junto a “Fantasía” e “Historia”, hace que se disparen todas las alarmas en mi mente y me sienta atraída por una narración como por un imán.

Así que lo compré, y esta mañana, mientras me tomaba el café he pasado una hora muy agradable enfrascada en su lectura. Pensaba leer un relato o dos mientras desayunaba y cuando me he dado cuenta se habían terminado las páginas. Eso es buena señal, desde luego.

El libro se compone de ocho relatos muy armónicos en su temática y en su estructura, que si bien no me han hecho pasar miedo, ni siquiera un poco de inquietud, sí que me han parecido historias interesantes bastante bien escritas y bien desarrolladas. Tienen la duración adecuada a cada una. Unas son muy cortas, pero sin tener apariencia de estar resumidas. Otras se alargan bastante más, sin que les sobre paja de relleno. Pero todas, con independencia del tema, el estilo o la duración, han conseguido lo mismo: que acabe de leerlos con una sonrisa de complicidad con el autor.

El primero de ellos, Los siete cuervos, está basado en un cuento popular, no muy difundido, que yo conocí en mi infancia como el de “Los siete hermanos cisnes”. El autor coge la historia, la sitúa en Galicia, y la viste con una exquisita ambientación de mitología celta-galaica que  a mí personalmente me ha hecho disfrutar mucho. Me ha parecido delicioso.

El segundo, Una duda razonable, es un cuento muy corto que tiene su punto de sorpresa gamberra y me dejó con la grata sensación de que se trata de un guiño a Poe.

En Psicosomático, quizá de los que  menos me han gustado, la enfermedad mental se mezcla con otras culturas con un resultado inquietante y muy interesante. La forma en que trata la somatización de los problemas mentales es cuanto menos curiosa, pero creo que el final podría haber sido mejor elaborado.

El hombre sin nombre hunde sus raíces en la civilización del creciente fértil. Algún fleco suelto en una historia bastante elaborada hace que este relato no sea lo redondo que podría haber sido. Es una pena, pues tiene elementos suficientes para convertirse en uno de los mejores relatos de la antología.

Sombra, otro de los más breves, hace buena la máxima de “menos es más” y se convierte en uno de los mejores para mi gusto. Inquietante y con un sabor que me ha recordado a King, en sus cuatro páginas condensa sentimientos y emociones muy diversas.

El extraño caso de Elías Fosco es, para mi gusto, el mejor de todos. Ambientado en la Galicia de la transición, con un fondo de mitología, cultura, o superstición (como se le quiera llamar) de la tierra natal del autor, le da otra vuelta de tuerca a la llamada “novela negra” concentrándola en un cuento interesante y muy especial. Lástima algún desliz tonto que lo afea un poquito,  pero que no afecta a la historia.


La cabeza de Dick pone el contrapunto humorístico que sirve para descargar la tensión acumulada tras el relato anterior. Historia simpática y un poco traviesa, nos vuelve a demostrar que este autor se maneja muy bien en las distancias cortas.

El círculo de Krisky es el relato que da nombre y cierra la antología. Basado en las cadenas de mensajes que recibimos todos en nuestros correos con desesperante asiduidad, las mezcla con extraordinaria habilidad con el folklore centroeuropeo, creando un relato capaz de despertar cierta ansiedad, para culminar en un final interesante.

En resumen, este libro me ha gustado bastante, más de lo que me esperaba. Solo algún pero ensombrece el buen sabor que me ha dejado.

Comentarios sobre la edición: un error de maquetación (creo, que yo de eso no entiendo) en una página llama bastante la atención.

Comentarios sobre el autor: algún desliz involuntario y cierta tendencia a perderse en frases largas (un par de veces en todo el libro) son las únicas pegas que podría encontrarle buscando mucho.

Ficha Técnica
Título: EL CIRCULO DE KRISKY
Autor: MIGUEL PUENTE MOLINS
Editorial:  AJEC
Páginas: 167
ISBN: 84-15156-22-2
Género: Antología de relatos.






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