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Eros y Psique, 1787-1793, mármol, 155cm x 168cm; Museo del Lovre, París |
Qué curioso que fiestas tan dispares como
el Carnaval o san Valentín tengan como origen ritos de fecundidad. ¿Curioso?
no. Simplemente lógico, como ahora veremos al analizar su origen. Y veremos
cómo hemos pasado de desfilar desnudos manchado con sangre de cabra y azotando
con piel de este animal a las mujeres con las que nos cruzábamos para que
fueran fecundas a adorar a un querubín con pañal que dispara flechas y lo llena
todo de corazones rojos para deleite de los comerciantes de artículos de
regalo, la mayoría superfluos.
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Luperca, la loba capitolina |
Empecemos por uno de los principios, la
antigua Roma. Desde su inicio se celebraba el 15 de febrero la llamada
Lupercalia, una festividad en honor de la loba Luperca, la que amamantó a los
dos gemelos sagrados, Rómulo y Remo. En esa fecha, en la cueva del monte
Palatino donde fueron encontrados y adoptados por Aca Larentia, un sacerdote
sacrificaba a una cabra, untaba con sus sangre la frente de jóvenes mancebos y
les daba una tira de la pie del animal recién sacrificado para que fustigaran
con ella a toda mujer que se cruzara en su camino para que fuese fértil. Los
jóvenes salían desnudos riendo, gritando y cantando, y recorrían así las calles
de la Ciudad Eterna, bendiciendo a las mujeres, a veces con algo más
contundente que la piel de cabra, para celebrar, entre otras cosas, la
proximidad de la primavera y el inicio del renacimiento del mundo. Es la época
en la que empieza a despuntar la luz y el color, justo a mitad del invierno,
entre el solsticio y el equinoccio.
Pero, con la cristianización, ciertas fiestas
paganas dejaron de ser bien vistas, se intentaron prohibir y dada la dificultad
de conseguirlo se pretendieron camuflar y vestir de santidad. Así la Lupercalia
se carnavalizó y se dejó pendiente de la Pascua, y en lugar de una fiesta de la
fecundidad, a las calendas de febrero se le echó encima la fiesta del sagrado
matrimonio bendecido por la santa Iglesia católica. Para ello se buscó algún
mártir cristiano y se canonizó a un tal obispo Valentino, que en el siglo III
se ganó el sepulcro por casar a legionarios romanos, que lo tenían prohibido
por ley, casi desde que se organizó el ejército más poderoso del mundo. Podían
tener concubinas, e hijos, pero no podían unirse a ninguna mujer de forma
legal, pues eso implicaba una serie de obligaciones y clientelismos legales de
los que los soldados debían estar libres para poder servir a su país. Pero a
este buen señor las cosas legales le daban un poco igual, se empeñó en
contravenir las órdenes militares y acabó ajusticiado. Bien, tenemos la figura
perfecta, la colocamos en esa fecha, y ya tenemos cristianizada una fiesta
pagana más.
Pero ¿cómo llegó el muy noble obispo Valentinus a
convertirse en un querubín alado con pañal arco y flechas que simboliza todo
menos el casto matrimonio cristiano?
Ahí tenemos que retroceder un poco más en
el tiempo, e ir a buscar el origen de ese querubín alado que tantos quebraderos
de cabeza nos produce, sobre todo cuando acaban de pasar las Navidades y,
después de exprimirte las meninges para pensar en un regalo adecuado para tu
media naranja en esas fechas, ahora tienes que acabar de exprimírtelas del todo
y acertar con el detallito de marras. Eso sí, bien envuelto en un paquete rojo
en forma de corazón, con lazos rojos y pasteles de fresa, o de arándanos o de
remolacha o de cualquier cosa que sea roja, cuanto más dulce, empalagosa y
(¿porqué no decirlo?) cursi, mejor
Pues bien, como iba diciendo, debemos
remontarnos a los orígenes del querubín que hoy día representa el amor carnal,
nada del espiritual. Y la verdad es que el pertinaz Eros triunfa sobre la casta
Iglesia, pues en sus orígenes, bastante confusos ellos, representaba el deseo
sexual.
Hesiodo, en su Teogonía, nos cuenta que Eros
es un ser primigenio, que surge del Caos inicial junto con Gea, la Tierra, la
Vida, y Tártaro, el Inframundo, la No Vida. Es él quien hace surgir la chispa
de luz, la creatividad que da origen a todo. Fraser, en su libro La rama dorada, cuando habla de los misterios de
Eleusis, dice que se le adoraba como dios de la fertilidad y se le llamaba «el
primero en nacer». Luego viene la época dorada del mito, en la que se le
atribuye ser hijo de Afrodita y Ares, y se asigna la misión de despertar el
deseo carnal. Pero también hay citas en las que se hace referencia a que Eros
despertaba el deseo entre los hombres mientras Afrodita era la responsable del
deseo heterosexual. Son muchos los cuentos que se narran que lo tienen como
culpable de muchas situaciones dramáticas, y ¡ay de quien le hace enfadar!,
pues sus venganzas son terribles. Sin embargo, Apuleyo, en su cuento El asno de Oro hace que el deseo sexual,
Eros, caiga preso de las redes del alma, de la mente, se enamore de Psiquis, y
surja así el amor completo. De su unión, según el mismo autor, nacen las tres
Gracias.
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Las tres Gracias, de Jean Jaques Pradier (1790-1852) |
Muchos son los poetas que lo han denostado
y lo han alabado a lo largo de los siglos, pues su presencia en el mundo ha
hecho que se le echen encima todos los estropicios que los hombres causamos.
¡Qué bien viene tener un chivo expiatorio! Esa pasión sexual que sientes por
fulanito o por menganita no es culpa tuya, en absoluto. Es el cruel Cupido que
te ha lanzado su flecha. ¿Cómo vas a desobedecer a un dios? ¡Imposible! Y al
pobre Cupido se le ha metido en cada berenjenal…
Basten estos preciosos versos de Góngora para ver todo
de lo que se le acusa al pobre Eros:
Ciego que apuntas y
atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido,
y niño mayor de edad,
por el alma de tu madre
—que murió, siendo inmortal,
de envidia de mi señora—,
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
[…]
Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
De un pájaro, ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza de un rapaz?
¿Qué galardón de un desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
Déjame en paz.
Queridos lectores, estamos en mala época:
se nos junta el Carnaval con San Valentín, las Lupercalias vuelven a estar
unidas en sus dos facetas, la divertida, la procaz, y la sexual. Pero siempre
tened en cuenta que ambas festividades son, en el fondo, un conjuro para la
fertilidad, para la fecundidad, para la abundancia de la cosecha filial.
No os dejéis seducir por los atractivos
colores rojos, las formas concupiscentes de los corazones, los aromas
seductores de las pastelerías… Donde menos se lo espera uno, hay un criajo
desnudo con un carcaj y varias flechas dispuesto a arruinarnos la vida.
Como bien se decía en cierta serie:
«Tengan cuidado ahí afuera».