sábado, 15 de febrero de 2020

FELIZ LUPERCALIA

Hoy es 15 de febrero. En esta fecha, en la antigua Roma, se celebraba la Lupercalia o Lupercales, fiesta en honor del dios Fauno y de Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo.


En la antigua Roma, el 15 de febrero, ante diem XV Kalendas Martias, se celebraban las fiestas lupercales. Consistían en una procesión o cabalgata en la que jóvenes adolescentes de la ciudad, bendecidos por un sacerdote del dios Fauno, ungidos con la sangre de un cabrito, corrían desnudos por la ciudad azotando a las mujeres en las manos y la espalda, para propiciar su fertilidad, con cintas de piel de la cabra sacrificada al dios.


Los jóvenes partían del Lupercal, una cueva en la parte inferior de la colina del Palatino, donde se situaba la madriguera de la loba Luperca que amamantó a Rómulo y Remo. Recorrían la ciudad entre grandes gritos, risotadas y persecuciones a las mujeres para azotarlas.

Puede que se trate de un ritual muy anterior a la fundación de Roma, y que se haya adaptado, siendo en su origen una ceremonia de fertilidad en honor al dios Fauno o Inno.

Durante el inicio del cristianismo se prohibió y se intentó sustituir, según unos historiadores, por la fiesta de la Candelaria y según otros, por la de san Valentín, ambas dedicadas a la fertilidad y el amor.
Fauno era el dios de la fertilidad, de la ganadería y la agricultura, pero también era un dios oracular que vertía sus premoniciones en los sueños de aquellos que le ofrecían un cabrito y dormían sobre la piel del animal. Era una de las deidades fundacionales de Roma, consorte de la Bona Dea o Fauna, diosa de la fertilidad a la que rendían culto todas las mujeres de Roma en unas festividades secretas totalmente prohibidas a los varones.

Respecto a su relación con la loba que amamantó a Rómulo y Remo, según la leyenda, a antiguas prostitutas que vendían sus favores a los pastores del Aventino a cambio de reses de los rebaños se les llamaba lupercas, lobas. Una de ellas, Aca Larentia, desposada con un pastor llamado Faustulo amamantó y crio a los gemelos Rómulo y Remo cuando su esposo los encontró en una cesta varada en el río Tíber, bajo una higuera que crecía junto a una gruta del monte Palatino. Estos eran hijos de la vestal Rea Silvia y del dios Marte, cuyo animal consagrado era el lobo.


Si queréis leer mi versión de esos hechos, podéis leerla aquí: La Fuerza





viernes, 14 de febrero de 2020

Eros, Cupido, san Valentín… Si es que siempre pensamos en lo mismo




Eros y Psique, 1787-1793, mármol, 155cm x 168cm; Museo del Lovre, París


Qué curioso que fiestas tan dispares como el Carnaval o san Valentín tengan como origen ritos de fecundidad. ¿Curioso? no. Simplemente lógico, como ahora veremos al analizar su origen. Y veremos cómo hemos pasado de desfilar desnudos manchado con sangre de cabra y azotando con piel de este animal a las mujeres con las que nos cruzábamos para que fueran fecundas a adorar a un querubín con pañal que dispara flechas y lo llena todo de corazones rojos para deleite de los comerciantes de artículos de regalo, la mayoría superfluos.
Luperca, la loba capitolina

Empecemos por uno de los principios, la antigua Roma. Desde su inicio se celebraba el 15 de febrero la llamada Lupercalia, una festividad en honor de la loba Luperca, la que amamantó a los dos gemelos sagrados, Rómulo y Remo. En esa fecha, en la cueva del monte Palatino donde fueron encontrados y adoptados por Aca Larentia, un sacerdote sacrificaba a una cabra, untaba con sus sangre la frente de jóvenes mancebos y les daba una tira de la pie del animal recién sacrificado para que fustigaran con ella a toda mujer que se cruzara en su camino para que fuese fértil. Los jóvenes salían desnudos riendo, gritando y cantando, y recorrían así las calles de la Ciudad Eterna, bendiciendo a las mujeres, a veces con algo más contundente que la piel de cabra, para celebrar, entre otras cosas, la proximidad de la primavera y el inicio del renacimiento del mundo. Es la época en la que empieza a despuntar la luz y el color, justo a mitad del invierno, entre el solsticio y el equinoccio.
Pero, con la cristianización, ciertas fiestas paganas dejaron de ser bien vistas, se intentaron prohibir y dada la dificultad de conseguirlo se pretendieron camuflar y vestir de santidad. Así la Lupercalia se carnavalizó y se dejó pendiente de la Pascua, y en lugar de una fiesta de la fecundidad, a las calendas de febrero se le echó encima la fiesta del sagrado matrimonio bendecido por la santa Iglesia católica. Para ello se buscó algún mártir cristiano y se canonizó a un tal obispo Valentino, que en el siglo III se ganó el sepulcro por casar a legionarios romanos, que lo tenían prohibido por ley, casi desde que se organizó el ejército más poderoso del mundo. Podían tener concubinas, e hijos, pero no podían unirse a ninguna mujer de forma legal, pues eso implicaba una serie de obligaciones y clientelismos legales de los que los soldados debían estar libres para poder servir a su país. Pero a este buen señor las cosas legales le daban un poco igual, se empeñó en contravenir las órdenes militares y acabó ajusticiado. Bien, tenemos la figura perfecta, la colocamos en esa fecha, y ya tenemos cristianizada una fiesta pagana más.
Pero ¿cómo llegó el muy noble obispo Valentinus a convertirse en un querubín alado con pañal arco y flechas que simboliza todo menos el casto matrimonio cristiano?

Ahí tenemos que retroceder un poco más en el tiempo, e ir a buscar el origen de ese querubín alado que tantos quebraderos de cabeza nos produce, sobre todo cuando acaban de pasar las Navidades y, después de exprimirte las meninges para pensar en un regalo adecuado para tu media naranja en esas fechas, ahora tienes que acabar de exprimírtelas del todo y acertar con el detallito de marras. Eso sí, bien envuelto en un paquete rojo en forma de corazón, con lazos rojos y pasteles de fresa, o de arándanos o de remolacha o de cualquier cosa que sea roja, cuanto más dulce, empalagosa y (¿porqué no decirlo?) cursi, mejor

Pues bien, como iba diciendo, debemos remontarnos a los orígenes del querubín que hoy día representa el amor carnal, nada del espiritual. Y la verdad es que el pertinaz Eros triunfa sobre la casta Iglesia, pues en sus orígenes, bastante confusos ellos, representaba el deseo sexual.

Hesiodo, en su Teogonía, nos cuenta que Eros es un ser primigenio, que surge del Caos inicial junto con Gea, la Tierra, la Vida, y Tártaro, el Inframundo, la No Vida. Es él quien hace surgir la chispa de luz, la creatividad que da origen a todo. Fraser, en su libro La rama dorada, cuando habla de los misterios de Eleusis, dice que se le adoraba como dios de la fertilidad y se le llamaba «el primero en nacer». Luego viene la época dorada del mito, en la que se le atribuye ser hijo de Afrodita y Ares, y se asigna la misión de despertar el deseo carnal. Pero también hay citas en las que se hace referencia a que Eros despertaba el deseo entre los hombres mientras Afrodita era la responsable del deseo heterosexual. Son muchos los cuentos que se narran que lo tienen como culpable de muchas situaciones dramáticas, y ¡ay de quien le hace enfadar!, pues sus venganzas son terribles. Sin embargo, Apuleyo, en su cuento El asno de Oro hace que el deseo sexual, Eros, caiga preso de las redes del alma, de la mente, se enamore de Psiquis, y surja así el amor completo. De su unión, según el mismo autor, nacen las tres Gracias.

Las tres Gracias, de Jean Jaques Pradier (1790-1852)

Muchos son los poetas que lo han denostado y lo han alabado a lo largo de los siglos, pues su presencia en el mundo ha hecho que se le echen encima todos los estropicios que los hombres causamos. ¡Qué bien viene tener un chivo expiatorio! Esa pasión sexual que sientes por fulanito o por menganita no es culpa tuya, en absoluto. Es el cruel Cupido que te ha lanzado su flecha. ¿Cómo vas a desobedecer a un dios? ¡Imposible! Y al pobre Cupido se le ha metido en cada berenjenal…

Basten estos preciosos versos de Góngora para ver todo de lo que se le acusa al pobre Eros:
Ciego que apuntas y atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido,
y niño mayor de edad,
por el alma de tu madre
—que murió, siendo inmortal,
de envidia de mi señora—,
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
[…]
Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
De un pájaro, ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza de un rapaz?
¿Qué galardón de un desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
Déjame en paz.

Queridos lectores, estamos en mala época: se nos junta el Carnaval con San Valentín, las Lupercalias vuelven a estar unidas en sus dos facetas, la divertida, la procaz, y la sexual. Pero siempre tened en cuenta que ambas festividades son, en el fondo, un conjuro para la fertilidad, para la fecundidad, para la abundancia de la cosecha filial.

No os dejéis seducir por los atractivos colores rojos, las formas concupiscentes de los corazones, los aromas seductores de las pastelerías… Donde menos se lo espera uno, hay un criajo desnudo con un carcaj y varias flechas dispuesto a arruinarnos la vida. 

Como bien se decía en cierta serie:
«Tengan cuidado ahí afuera».