He pasado muchos años desligada totalmente de la literatura fantástica. Bueno, no, no exactamente. Seguía leyendo, pero nada nuevo. Cuando me apetecía leer algo de ese tema me limitaba a releer lo que tenía por las estanterías. Eso hizo que no estuviera al tanto de las novedades, salvo para enterarme de si Martin la había palmado ya antes de publicar el siguiente libro de la saga o si de repente nos sorprendía acabando el que llevábamos años esperando.
Hasta el año pasado en que, de forma totalmente fortuita, tropecé con gente aficionada a este género de literatura y decidí retomarlo, tenía el tema abandonado. Poco a poco voy poniéndome las pilas y voy descubriendo libros y autores que para mí son nuevos, mientras que para la mayoría de los aficionados al género, sobre todo para aquellos más jóvenes que yo (la inmensa mayoría, por no decir todos), y que dominan el inglés, ya es literatura anticuada.
En este renacimiento de mi afición literaria, herencia de una infancia y una juventud algo extrañas, y viendo todos los comentarios elogiosos de este libro en webs, blogs, foros y demás mentideros del fantástico patrio y ajeno, decidí echar un ojo a esta afamada novela, pensando que me había perdido algo meritorio.
La verdad es que me decepcionó bastante. Creo que me podría llevar a pensar que tienen razón aquellos que dicen que no hay relatos nuevos, que todo está ya contado, que lo que vale es la forma de contarlo y de hacer más o menos creíbles e interesantes los personajes y las situaciones. Podría, si no fuese porque sí he leído algunas de esas historias que cuentan cosas nuevas.
Y esto es lo que me pasa con este libro. Hubo momentos, muchos, en los que pensaba que ya había lo leído, y otros en los que sabía lo que iba a pasar, que lo veía tan predecible y tan manido, que me daba rabia no ubicarlo en una novela determinada, pero no lo hacía, porque solo pensaba en literatura fantástica. Conocía la historia, perfectamente, y conforme avanzaba se me hacía más y más familiar, pero seguía descolocada.
Hasta un tiempo después de haberlo terminado, no pude enfocarlo con otra perspectiva. Fue entonces cuando descubrí con que libros lo asociaba de tal forma que parecían solaparse el uno con los otros hasta formar una sensación de “déjà vu”. Quizá no sea tan parecido, quizá solo sea una asociación relativa, pero la verdad es que cuanto más pienso en ello, más elementos de conexión le encuentro con “El médico”, la famosa novela de Noah Gordon, y en un plano distanciado, con “Retorno a Brideshead”, de Evelyn Waugh, y por supuesto con Harry Potter, aunque con esta tiene en común lo mismo que cualquier otra novela ambientada en una universidad anglosajona, aparte de un personaje calcado del bribón Draco Malfoy.
Con la primera, las semejanzas de la trama son importantes: mientras el joven Kvrothe pasa su infancia con una troupe de titiriteros y su adolescencia como arrapiezo en la ciudad, para acabar pasando su juventud en una universidad donde aparece como alumno aventajado pero paria, Robert Cole pasa su infancia como arrapiezo de Londres y su adolescencia como aprendiz de barbero y titiritero ambulante, lo que le da al instrucción necesaria para, cuando llega a la universidad de sus sueños, ser un alumno aventajado pero paria. Ambos tienen un don que los hace especiales, aunque no se trate del mismo, y ambos maduran y encuentran la amistad y el amor de las mismas maneras. Quizá el hecho de que una transcurra en un periodo medieval concreto de la historia, y la otra esté ambientada en una época medievalista muy similar aún hace que las semejanzas sean mayores.
Respecto a la segunda novela con la que la relaciono, “Retorno a Bridesead”, fue sobre todo el ambiente de la universidad lo que me hizo recordar, más que al libro de Evelyn Waugh, a la extraordinaria serie de la BBC. Puede que alguno la recuerde como la que lanzó al estrellato, a principios de los ochenta, a un joven y fascinante Jeremy Irons. Pero es sobre todo la relación del protagonista con Julia, la hermana del impresionante Sebastian lo que me viene a la mente cuando recuerdo ciertos pasajes de “El nombre del Viento”, que no voy a desvelar aquí, a riesgo de “spoilear” al personal.
Respecto a los personajes, son bastante planos y estereotipados. Si Kvrothe quiere ser cínico y descreído cuando se nos presenta como un cantinero, tiene que practicar mucho para alcanzar a Athos, por ejemplo (el mosquetero de mayor edad de los tres que Dumas hizo famosos), o al mítico Philip Marlowe. Y cito estos como prototipos antiguos que ya le daban mil vueltas al significado de personaje amargado, irónico, torvo y oscuro cuando los abuelos de estos autores aún no sabían ni por donde se cogía un lápiz. El resto de los personajes son meras comparsas sin personalidad, totalmente olvidables.
Lo único destacable es el estilo narrativo, que no es que sea ninguna maravilla, pero engancha, es de fácil lectura, y hace que entretenga lo suficiente como para ser leído con bastante agrado. Y hoy día ya es de agradecer que sea así ya que es lo único que nos puede aportar una novela que no se esmera nada en la trama ni en los personajes. Es la gran ventaja de este escritor. Ha escrito muy bien una historia ya escrita y para quien le venga de nuevas, puede ser la gran maravilla de la literatura fantástica.
No sé. A mí si me quieren contar “Caperucita”, tendrán que esmerarse mucho más para que después me trague “La Bella Durmiente”, que por lo que van comentando por ahí quienes la están leyendo en inglés, tiene toda la pinta de ser la segunda parte.
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