DATOS DEL LIBRO
- Nº de páginas: 224 págs.
- Encuadernación: Tapa blanda
- Editorial: CAPITAN SWING
- ISBN: 9788494221392
Reseña publicada inicialmente en Fantasymundo
Quedan pocos hombres que merezcan
el apelativo de «leyenda viva del séptimo arte» con pleno derecho, pero, a sus
noventa y siete años de edad, Issur
Danilovich Demsky, más conocido por el común de los mortales como Kirk Douglas, es, sin duda, uno de
ellos. A finales de los años cincuenta, Douglas había entrado en una fase de su
carrera que le permitía salirse del sistema impuesto por los grandes estudios.
Traducido a lenguaje coloquial, eso significa que ahora podía producir sus
propias películas. Diez años antes, el 28 de Octubre de 1947, el congresista J. Parnell Thomas presidía la sesión
del Comité de Actividades Anti-Estadounidenses, a la que habían sido convocados
nueve guionistas y un director de cine para prestar declaración sobre sus
posibles filiaciones comunistas. Aquello dio comienzo a un proceso que se
conocería desde entonces como la «Caza de Brujas» de Hollywood, por la cual
muchos profesionales de la industria perdieron posición, respeto, trabajo y, en
algunos casos, hasta la vida.
Mientras Douglas empezaba a hacerse
un nombre en la Meca del Cine con películas como El ídolo de barro, Río de
sangre, 20.000 leguas de viaje
submarino o Los vikingos, Dalton Trumbo, el primero de «Los Diez de
Hollywood» que fue llamado a declarar aquel fatídico 28 de Octubre, cumplía
condena de prisión por acogerse a la quinta enmienda y negarse a denunciar a
otros compañeros de profesión. Los derechos garantizados por la Constitución de
su país no se aplicaban igual para todos los ciudadanos, y Trumbo, que hasta
entonces había sido uno de los guionistas mejor pagados del gremio (con cifras
de hasta75.000 dólares por libreto), fue relegado al ostracismo profesional y
se vio obligado a trabajar por una mínima parte de su sueldo al salir de la
cárcel, bajo pseudónimo. Todo esto podría no haber tenido la menor importancia
para la vida del primero, de no haber sido por una cuestión meramente fortuita:
en 1958, el segundo sería oficialmente fichado para escribir el guión de la
nueva película producida y protagonizada por Douglas, con el nombre de Sam Jackson. Así fue como empezó a
gestarse el rodaje de Espartaco, que
pasaría a la historia como la película que acabó con las listas negras en
Hollywood.
Han pasado más de cincuenta años de
aquello, pero gracias a la mente todavía vivaz del viejo Douglas y al trabajo
de investigación en archivos fotográficos, los aficionados al cine pueden
disfrutar ahora de un relato fascinante, preciso y mordaz de todo cuanto rodeó
a aquella película, desde los tiempos de la «Caza de Brujas» hasta el estreno
de filme ya terminado, incluyendo toda la odisea intermedia, que duró más de
tres años hasta ver por fin el título en las marquesinas. Las triquiñuelas que
hubo que llevar a cabo para fichar a actores de la talla de Laurence Olivier, Peter Ustinov o Charles
Laughton; cambios de director y protagonistas femeninas; feroces luchas y
negociaciones con Stanley Kubrick y
anécdotas curiosas, como la participación activa de Ronald Reagan (que llegaría a ser presidente de los USA allá por
los años ochenta) en la denuncia de comunistas, o la paralización del rodaje de
algunas secuencias de batalla en España por parte del General Francisco Franco en persona, que acabarían llegando a buen
puerto, en cuanto el equipo de producción hizo un cuantioso donativo en
efectivo a la asociación benéfica de la esposa del Generalísimo. También abundan las historias propias del
funcionamiento interno de la Fábrica de Sueños. Todas ellas harían buena pareja
con cualquiera de los pasajes narrados en otra película de Douglas que casi
nadie recuerda ya. Se titula Cautivos del
mal, y sigue ilustrando el nido de víboras que puede llegar a ser el
negocio del cine tan bien como el primer día.
Volviendo al objeto de la reseña, las
casi doscientas páginas de este retrato de época se leen a ritmo vivo, y hasta
me atrevería a decir que trepidante, gracias a la gracia y el aplomo del autor,
que, con ayuda de manos externas (ya no debe estar el cuerpo para muchos
alardes) sabe transmitir los acontecimientos con una claridad y lucidez
(palabras que parecen significar lo mismo, pero sólo lo parecen) dignas de
envidiar. Lectura más que recomendable, tanto para los más cinéfilos como para
los que gusten de todo tipo de textos de calidad, que nos llega con dos años de
retraso, pese a gozar de un ritmo equiparable al de las mejores novelas, y solo
se ve lastrada por un buen número de erratas en su edición española que puede
sacar a los más maniáticos de la lectura, cuando se topen con cosas como «informar
de los hechos de los hechos», «No hubiera creído que era posible» o «alguien
tiene que darle una patada en las pelotas para que se tranquilicen». Darle una patada a ellos, sí. Cada cual tiene sus extravagancias.
Pese a todo, debería ser lectura
obligada para toda clase de mentes curiosas, como tratado de lucha contra la
hipocresía moral, personal y hasta laboral, que es lo que representa esta
historia. Más allá del poder del cine, lo que late en el fondo de estas páginas
es una lucha por la decencia personal del ser humano. Ya lo dijo Orson Welles: «Lo malo de la izquierda
americana es que traicionó para salvar sus piscinas». Y eso, lo de vender al
prójimo para poner a resguardo, no ya el culo propio, si no las posesiones y la
posición social que uno cree haber merecido, sigue estando hoy día tan feo como
lo estaba entonces.
Códex Iuvenis
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