Datos técnicos:
Nombre: El fantasma de Baker Street
Autor: Curtis Garland
Páginas: 128
ISBN: 97884281914
Publicada originalmente en la revista digital VÍSPERAS
Sinopsis:
Shylo Harding, joven
escritor norteamericano de novelas pulp, viaja a Londres de vacaciones para
visitar la famosa mansión-museo de Sherlock Holmes situada en el 221B de Baker
Street. Tras recordar algunos de los famosos casos del conocido detective,
Shylo Harding hace, por sorpresa, una pregunta al guía: Estamos en la casa
donde vivió y resolvió sus casos Sherlock Holmes, pero ¿cuál fue la causa de su
muerte?
El guía, sorprendido
por la insólita pregunta, y ante las irónicas sonrisas de alguno de los
visitantes, responde, balbuciendo, que Sherlock Holmes fue un personaje de
ficción; que no sabe nada sobre su muerte…
Al salir del museo,
Shylo Harding, es parado por una joven que había escuchado la conversación, y
le habla de un caso ocurrido en 1897, que quedó sin resolver, y por el cual
ahorcaron, en su día, a un hombre inocente. Lo llamaron, entonces, Los Crímenes
del Degollador.
Al día siguiente,
después de recorrer otros lugares turísticos de Londres, al volver al hotel, el
conserje entrega a Shylo Harding un antiguo manuscrito, que alguien dejó para
él, con datos de la época sobre Los Crímenes del Degollador…
Opinión
personal:
Esta novela que voy a
comentar hoy es algo que mucha gente siempre ha considerado muy de segunda
fila, algo que ni siquiera se llamaba en su época «literatura» y que hoy, visto
lo que se publica, no solo está a la altura de ediciones actuales, sino que, a
veces, las supera ampliamente: las novelas de «a duro», los bolsilibros. Es
decir, las novelitas cortas de vaqueros, terror, policíacas y de ciencia
ficción que poblaron los kioscos allá por los años cincuenta, sesenta, setenta
y ochenta, con la enorme ventaja para el bolsillo de que las podías cambiar por
un precio módico, que casi, casi, equivaldría hoy a uno o dos euros. Para quien
no ha conocido semejante hábito lo voy a explicar, pues como se puede notar,
fui adicta a ello y lo disfruté en mi infancia: tu comprabas una novela, pongamos
que por 10 euros. Cuando la terminabas, ibas al kiosco y, por un euro, la
cambiabas por otra de la misma editorial y colección. Y había miles que no
habías leído. Y si un día te apetecía una de vaqueros y al otro una de Ci-fi, o
terror, no había problema. Así se leía mucho, es cierto, y muy variado y muy
barato. Y no había problema, había miles de ellas, no podías leer tan deprisa
como para alcanzar la portentosa imaginación de estos autores españoles que,
con seudónimos anglosajones, nos ofrecían sus historias semana a semana de la
mano de Editorial Bruguera.
Hoy día, gracias a los
nostálgicos y a gente que ve en viejas sendas caminos nuevos, quizá
por su juventud, estamos viendo resurgir el género breve en muchas de sus
versiones. El cuento en todos sus tamaños y la novela corta vuelven con fuerza,
conviviendo con tochos inmensos de más de mil páginas. No hay más que ver la
cantidad de certámenes de relato y la cantidad de antologías y novelas cortas
que podemos encontrar. Otra de las posibilidades que veo en la causa del
resurgir de este género es quizá, la inmediatez, la rapidez y, por qué no, el
sincretismo, la brevedad. En este mundo de prisas, hay poca paciencia para las
largas lecturas.
En primer lugar, quiero
darle un buen tirón de orejas a los editores. Vale que son jóvenes y que
empiezan ahora, pero lo mínimo que se puede pedir a una editorial son
conocimientos ortotipográficos, que aquí brillan por su ausencia. El
desaguisado con las rayas de diálogo, los acentos diacríticos y las mayúsculas
erróneas es tal que nos va sacudiendo en cada frase durante la lectura. Solo
nos cabe añadir la famosa frase: «Manolete…»
Y una vez dicho esto,
paso a hablar de la novela. Como ya nos podemos imaginar por la sinopsis, la
englobaríamos, por eso de que nos gusta etiquetarlo todo, aunque ninguna falta
que hace, dentro del género detectivesco. Respecto al argumento, este es muy
simple, y aunque sin gazapos notorios si hay ciertos momentos en los que te
saca de la novela por la actuación del escritor metido a detective y la falta
de actuación de la policía, que no solo no actúa como debería sino que,
simplemente, desaparece, y el protagonista toma las riendas de la investigación
de una manera un tanto curiosa.
También es curiosa la
forma en que se trata a los personajes. Está claro que estas novelas tienen su
ritmo impuesto, pues es difícil que pasen tantas cosas y poder contarlas en tan
solo cien páginas. Esa creo que es una de las muestras de la gran agilidad de
esta novela, pues los personajes, aunque puedan parecer en algunos momentos
arquetipos, y de hecho, lo son, al mismo tiempo tienen tal energía que cobran
fuerza y dimensión por sí mismos, y aunque el final nos sorprenda y nos
quedemos con un «¡Anda ya!» En ningún momento deja de interesarnos lo que está
pasando, aunque veamos que es todo más falso que un duro de cuatro pesetas,
como se decía en la época en la que fue escrita. Tampoco la técnica literaria
es para echar cohetes, pues la prosa es justa y necesaria, pero no mala, el
estilo, directo y conciso, pero muy ágil y el vocabulario, el adecuado,
justito, pero sin errores, hacen que la novela enganche y se lea con rapidez y
con agrado, perfecta para lo que fue creada: distraer, hacer pasar un buen rato
alejados de la vida diaria, sin otra pretensión que esa.
El autor utiliza un
narrador omnisciente, con el foco centrado en el personaje principal que hace
que el lector no sepa nada que él no vea u oiga, cosa muy adecuada para
mantener el suspense hasta el final. La novela se estructura de una forma
lineal, breve, con ritmo rápido y una tensión continua que termina, como es
lógico y habitual, en el hallazgo del asesino y un breve epílogo explicativo.
Respecto a descripciones y ambientación, la verdad es que es una novela parca
en ellas. Apenas cuatro pinceladas físicas para los personajes y las justas
para crear un ambiente muy desdibujado, pues al ambientarlas en la época en la
que escribía el autor, pasaba por encima de introducir al lector en un ambiente
en el que ya estaba metido, pues vivía en él. La necesidad de no pasar de unas
determinadas palabras y tener que meter la acción adecuada hacía que las
descripciones superfluas desaparecieran. Al fin y al cabo, es a lo que iban los
lectores. Los diálogos son una de las cosas que quedan más flojas, siendo estos
un poco forzados en algunas ocasiones, pero no tanto que no resulten creíbles
los personajes.
En suma, esta novela de
a duro, pulp, bolsilibro o como queramos llamarla, es algo recomendable para
leer con ese punto de nostalgia y para, simplemente, pasar un rato con un ojo
en la trama y otro en los niños mientras juegan en el parque o en la piscina.
Distracción y una sonrisa es lo que vamos a encontrar en ella, pero no creo que
el autor pretendiera otra cosa, aparte de pagar las facturas. Adecuada para
todas las edades, puede servir muy bien para introducir a la gente más joven en
la lectura, pues siempre he pensado que lo importante es que lean mucho y lo
disfruten, aunque sea malo, que ya irán puliendo su criterio con los años.
Desde luego no es para paladares exquisitos amantes de la alta literatura ni de
tochos enormes, pero puede tener su momento. Eso sí, esperemos que la editorial
corrija sus deficiencias cuanto antes.
El
autor
Juan Gallardo Muñoz
(Barcelona, 28 de octubre de 1929 – Barcelona, 5 de febrero de 2013) fue un
escritor español. Uno de sus pseudónimos más conocidos es Curtis
Garland. Forma parte de los escritores de la Literatura popular española,
junto con otros autores como Corín Tellado, Marcial Lafuente Estefanía, Frank
Caudett, Lem Ryan o Silver Kane. Estrechamente vinculado a la Editorial
Bruguera, que publicó hasta los años 80 los llamados bolsilibros (también
denominados libros de a duro, en referencia aproximada a su bajo precio),
dedicados a géneros como la novela negra, de terror, de ciencia ficción, o del
Oeste; así como a las editoriales Toray y Rollán.
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