miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA FUERZA


Este es el segundo relato que escribo en mi vida, y el más largo. El anterior también está en el blog. También es el único que he publicado, en la antología solidaria Del loco al mundo, cuentos del Tarot, del grupo literario El cuaderno rojo, del cual formo parte. En la antología, cada cuento representa una carta del Tarot, y a mí me tocó en suerte la número 11, en el centro de la antología:


 XI LA FUERZA


Unos cuantos pelos blancos pendían aún de las espinas de una aliaga. Fáustulo los tomó entre sus dedos y comprobó que eran de la presa robada. Habrían pasado desapercibidos si no fuera porque una diminuta mancha, marrón sobre piedra gris, apuntaba hacia el matorral. El rastro estaba siendo difícil de seguir pero, de momento, ahí estaba, no como en las batidas anteriores, en las que lo había perdido mucho antes. Esta vez no escaparía. Lo había jurado ante los dioses.
Hacía ya más de un mes del primer ataque y, desde entonces, se había repetido cinco veces. Siempre del mismo modo: una pieza muerta, el cuello devorado en parte y la sangre consumida en el corral. Siempre con un cabritillo menos al comprobar las cabezas restantes y huellas de lobo alrededor de la valla. Fáustulo había pensado que se trataba de una manada, pero su padre, más sabio, tuvo las cosas mucho más claras desde el primer momento.
—No hay más que uno —dijo, con la mirada perdida en los destrozos—. Le falta un dedo de la pata trasera izquierda. Esa huella es menos profunda que las otras. Un puto lobo cojo. Por eso busca ganado y no caza bravía. Lo jodido es cómo ha entrado. Mira ahí, se ha arrastrado bajo ese madero, el muy cabrón.
—Entonces no debe andar muy lejos. Seguro que tiene su cubil cerca.
—No te engañes, hijo. Un lobo, aunque cojo, sobre todo si la cojera es de antiguo, puede andar muchas leguas. Igual no corre con la misma velocidad, pero si ha vivido mucho con la tara, se vuelve más astuto y más paciente. Tendrás que hacer una batida y cazarlo. No quiero que nos robe más cabritos. Este no saca fuerza de sus músculos ni de su velocidad, sino de su inteligencia y astucia. Eso lo vuelve aún más peligroso.